El suelo es parte esencial de los ciclos biogeoquímicos, en los cuáles hay distribución, transporte, almacenamiento y transformación de materiales y energía necesarios para la vida en el planeta (van Miegrot y Johnsson, 2009; Martín 1998)
Sin embargo el suelo se puede deteriorar y luego que esto ocurra, su recuperación es difícil, costosa, toma mucho tiempo y en algunos casos es imposible volver al estado inicial. Teniendo en cuenta lo anterior, el suelo puede ser considerado como un componente del ambiente renovable en el largo plazo, lo cual se relaciona con el tiempo necesario para que se forme un centímetro de suelo que puede requerir, dependiendo de las condiciones, cientos o miles de años, mientras que ese centímetro de suelo puede perderse en períodos muy cortos (incluso en términos de días) debido a factores como la erosión, la quema, entre otros. En los suelos, que se han desgastado, erosionado y desertizado, en buena parte por sistemas agrícolas y ganaderos no sostenibles, lo que esto ha permitido que la población y la economía presente vulnerabilidad a inundaciones y sequías.
A pesar de su importancia, el uso insostenible del suelo, entre otras actividades antrópicas, ocasiona su degradación, la cual resulta particularmente preocupante, por el efecto negativo en los ecosistemas, los organismos y las comunidades.

